Cuando era niña, una de las historias favoritas de mi mamá es contar que solía cambiar de nombre con la facilidad que uno cambia de calcetines. Se lo anunciaba, entonces ella debía llamarme de esa manera, si no, no me estaban hablando a mí. Lo tomaba bastante en serio. Unos días amanecía con ganas de ser Claudia, Alejandra o Jessica (sí lo sé, Jessica) pero el nombre con el que más duré y se inmortalizó fue: Kity, sí como la Hello Kitty. Fui a jugar con a casa de unos amigos de mis papás. La pasamos tan bien que las hijas de los amigos, preguntaron por mí durante semanas. El problema venía cuando ellas me nombraban, "que venga a jugar la Kity con nosotros" hasta que la madre indagó si se trataba de un fantasma o de quién rayos, porque no había ninguna Kity posible, hasta que dieron conmigo, la pequeña embaucadora. Desde aquellos entonces me gustaban los nombres, los juegos y las palabras y ¿por qué no? jugar a ser otra yo, sin dejar de ser yo. A la fecha le causa una tr...