En Sinaloa, la leyenda que toda persona conoce a alguien
relacionada con el narco, es cierta, es un cliché, pero está hecho a partir del
número de coincidencias.
Ya entregaron despensas, ayer le dijeron a la gente que se
quedara en sus casas, que obedezca la cuarentena o serán castigado con tablazos
en las nalgas.
Y ahora sí, la gente hará caso, porque esos son los héroes
de esta tierra, ellos han manejado al país, si no, pregúntele a Calderón y
García Luna, ayer ya nos lo dijo la periodista de investigación Anabel
Hernández.
La misma gente que glorifica a los narcos y los ve como los
Robin Hood de Sinaloa, son los primeros en exigirle al gobierno por la
inseguridad, la corrupción, la injusticia. Esa, que salió a comprar pastel y
pizza el 30 de abril es la misma que después dice los doctores del sistema de
salud pública los está matando.
Recordemos que los baños de sangre, las ciudades tomadas
como rehén, las balas perdidas, los desaparecidos, la trata de mujeres son
producto del narco. Que fueron los narcos quienes pudieron comprar al país
entero, sexenio tras sexenio, ellos son la corrupción, los que pueden pagarla.
Con los millones que gana el narco ayudarían más si pagaran
impuestos como cualquier hijo de vecino que tiene una tienda o un negocio. Si
el narco quisiera ayudar, con todo el dinero que tienen para comprar políticos,
deberían de comprar la legalidad, la venta legal de la droga que el mundo ya
consume.
Pero es la ilegalidad lo que deja dinero, lo que da poder y
estatus donde traer una pistola es más respetable que tener libros. Una
despensa no es nada, se paga con la caja chica del último eslabón de la cadena
alimenticia del narco. Un kilo de arroz, un litro de aceite, puré de tomate es
lo que estos “héroes” les dan a los desvalidos.
Por culpa del narco Sinaloa tiene la mala reputación que
tiene y sale en noticias nacionales e internacionales como ejemplo de terror y
descontrol social, judicial y gubernamental. Son los únicos “héroes” que no
salvan a nadie, que matan por diversión y modifican silicónicamente a las
mujeres y las desaparece a placer.
Ellos, los héroes de la gente, los dadores de trabajo e
impulsores de prosperidad de estos campos, lavan sus culpas, rastros de sangre
y terror con una sola despensa. ¡Qué barato les ha salido ser héroes!
Mientras tanto, la gente culpa de todos sus males a todos
menos a los verdaderos culpables.
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