Me lo advirtieron El Fito, te va a maldecir, quizá invente rumores sobre ti, te va a pedir dinero, y va a volver a ofenderte en tu cara, frente a todos. Lo primero que pensé de él fue que no se veía tan mal, y quizá fue lo que me quedé pensando sobre él hasta hoy en día.
Me contaron su historia y lo vi recién llegué. Tenía simpatizantes y gente que lo prefería lo más lejos posible. Él recitaba una y otra vez un poema, un cántico, una oración, un mantra: ¡HIJOSDESUPUTAMADRE, MALANDRA, PIRATAMALANDRA! eran los gritos de un loco enfurecido, era lo que el loco de la calle gritaba a todos.
Tuve la teoría de un esquizofrénico sin medicamento, o alguien con síndrome de Tourette, pero pronto descarté eso, porque podía comunicarse sin tropiezos cuando le daba la gana. Una vez que me acostumbré a sus gritos, me gustaba decirle a la gente con cara de terror que pasaba por ahí: grita, pero no hace nada, para tranquilizar el miedo ajeno.
Sus maldiciones por la calle se volvieron parte del ruido familiar al que uno se acostumbra, los ruidos del tráfico, el loco que grita y los grillos, como cualquier cosa, hasta se atravesó en uno de mis poemas El Fito.
Ahora mis ruidos son otros, son a veces la comida ambulante que pasa por las calles, son cuetes o balazos lejanos, son los de los vecinos, o la vecina que creía que hablaba sola una y otra vez repitiendo lo mismo, hasta que me di cuenta que es un juego de lotería y la que hablaba sola es en realidad la que tiene el micrófono y la que yo alcanzo a escuchar.
El gato misterioso comenzó como unas pequeñas huellas en la pared cerca de la ventana, ahora es un mamífero, cuadrúpedo al que he alcanzado a ver pero que sale huyendo como el criminal que es, por hallanamiento de morada.
No sé muy bien cómo terminar de escribir esto salvo diciendo, quienes han conocido unos y otros ruidos, saben que de la residencia al barrio, todos los cambios me han sentado y venido bastante bien.
Me contaron su historia y lo vi recién llegué. Tenía simpatizantes y gente que lo prefería lo más lejos posible. Él recitaba una y otra vez un poema, un cántico, una oración, un mantra: ¡HIJOSDESUPUTAMADRE, MALANDRA, PIRATAMALANDRA! eran los gritos de un loco enfurecido, era lo que el loco de la calle gritaba a todos.
Tuve la teoría de un esquizofrénico sin medicamento, o alguien con síndrome de Tourette, pero pronto descarté eso, porque podía comunicarse sin tropiezos cuando le daba la gana. Una vez que me acostumbré a sus gritos, me gustaba decirle a la gente con cara de terror que pasaba por ahí: grita, pero no hace nada, para tranquilizar el miedo ajeno.
Sus maldiciones por la calle se volvieron parte del ruido familiar al que uno se acostumbra, los ruidos del tráfico, el loco que grita y los grillos, como cualquier cosa, hasta se atravesó en uno de mis poemas El Fito.
Ahora mis ruidos son otros, son a veces la comida ambulante que pasa por las calles, son cuetes o balazos lejanos, son los de los vecinos, o la vecina que creía que hablaba sola una y otra vez repitiendo lo mismo, hasta que me di cuenta que es un juego de lotería y la que hablaba sola es en realidad la que tiene el micrófono y la que yo alcanzo a escuchar.
El gato misterioso comenzó como unas pequeñas huellas en la pared cerca de la ventana, ahora es un mamífero, cuadrúpedo al que he alcanzado a ver pero que sale huyendo como el criminal que es, por hallanamiento de morada.
No sé muy bien cómo terminar de escribir esto salvo diciendo, quienes han conocido unos y otros ruidos, saben que de la residencia al barrio, todos los cambios me han sentado y venido bastante bien.
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