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El privilegio de quejarse

En la empresa donde trabajo, parte de las reglas o advertencias (como se quiera ver) es que dos días, en temporada navideña, tendrás que despegarte de tu escritorio cómodo y Godín a pegarte una friega como lo hacen los vendedores de la tiendas, estás allá, dos días, para que sientas en carne propia cómo es la putiza que se pegan los vendedores, los que en realidad sostienen el negocio.

Yo, lamentándome de mi suerte, me arrastré el sábado temprano (pecado mortal) hasta la tienda, no sin antes, incentivarme con un desayuno guácala qué rico de Mc Donalds, ahí mientras, yo me atascaba de lo lindo mi desayuno grasiento, por la ventana vi a un joven con la mirada tristísima, como si estuviera a punto de llorar, pero como si hubiera olvidado hacerlo.

Salí a fumar, no había decidido nada, pero me puse a platicar con él, no sé cómo pero de pronto ya sabía que Juan Carlos, se había detenido en la ciudad porque estaba cansado de trenes, no me dijo por qué, yo supongo que por lo duro que es ahí estar, como en Mad Max pero arriba de un tren sin ley de los sinley, no quise preguntar, como manera de plática dijo el frío que había hecho esa noche y noté que no llevaba nada para cubrirse.

Tenía unos dulces que no ofrecía a nadie, me contó que iba a alcanzar a su familia, a Tijuana, ¿a qué vas a allá? A trabajar, yo no le saco al trabajo, no me gusta pedir dinero, por eso compro dulces para vender.

Ahí estaba yo, recién desayunada, bañada y calientita, lloriqueando por levantarme en sábado a trabajar, porque me iban a doler las piernas, porque atender gente me gusta, lo que no me gusta es aburrirme y el dolor de espalda-piernas que resulta de estar parada todo el día.

Le hice la pregunta más tonta del mundo, ¿ya desayunaste? No dijo, entramos a comprarle el desayuno más grande que encontré, porque yo estaba segura que ninguno de los dos teníamos la certeza de cuándo volvería a comer tan calóricamente Juan Carlos, y dos él se ganó el desayuno por dos razones, jamás me pidió nada, sus ojos eran nobles, lastimados, pero nobles, y dos me dio una lección sobre trabajo y privilegios, él ganó, sin quejarse, sin pedir, le dio una lección a mi berrinchudo culo perezoso.

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