Hacía hambre, de
sus cuevas salieron los osos en forma de humanos, salieron al centro
de la ciudad, la gran ciudad, la más grande del mundo, el hambre los
empujaba calle tras calle pero ese día en particular, había algo,
un silencio y una soledad insólitas para el lugar que siempre parece
hormiguero de personas.
De pronto una
marcha, mucha avanzando como los bancos de peces multitudinarios,
miles de personas en una sola calle, gritos, cánticos, porras. Al
otro lado una mujer en lo alto, con el puño alzado, su solemnidad me
impactó, llevaba lentes oscuros y bajo ellos las lágrimas caían
sin control. Lloraba, mientras tenía el puño levantado. Nunca había
sentido esa clase de golpe, de respeto ajeno, esa sorpresa
compartida,
El 2 de octubre, el
que no se olvida, había sido olvidados por ese grupo de vagos que
caminaban por el centro, buscando comida. Pero pronto la vida, la
ciudad y el dolor de un país se encargó de recordárselos.
Había un ambiente
fúnebre, ambiente mortuorio, bélico, era una marcha para recordar y
de cada callejón que recuerdo salían granaderos, golpeando la
macana con el escudo haciendo un himno de guerra macabro, fue de las
pocas veces que he sentido miedo porque se celebraba una
manifestación de estudiantes que fue pacífica hasta que la policía
intervino.
Ese fue el 2002, y
ese año, a unas cuadras de ahí, la policía vestida de civil
secuestró a personas y golpeó a personas en el Zócalo capitalino y
la historia que no quisiéramos tener que recordar se repitió y se
ha seguido repitiendo estudiantes desaparecidos en manos de los que
trabajan para nosotros, de los que están para cuidarnos, son los que
nos golpean.
Nadie confía en la
policía o el gobierno porque ellos nos desaparecen, golpean,
extorsionan a nosotros, los inoncentes, a nosotros los que sostenemos
el país, a nosotros los mexicanos de verdad.
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