Tal y como en un capítulo de los Simpsons, Maradona viene a
Springfield, o mejor dicho a Culiacán, ciudad mundialmente
reconocida por el dominio del Chapo Guzmán quien a su vez, domina el
mundo de las drogas.
Es curioso que el mejor jugador de la historia (según muchos) venga
a una ciudad de provincia, a la capital de un estado que no rebasa el
millón, aunque, si pensamos en las cifras de Uruguay, en todo el
país hay como 3 o 4 millones de uruguayos para el mundo.
Para muchas personas, en especial hombres este personaje es un héroe,
aunque no lo sea de alguna guerra, o le haya salvado la vida a
alguien. Es héroe por el fútbol, que tampoco ha hecho mucho por la
humanidad más bien entretenido, controlado y politizado.
Extrañas cosas suceden cuando el futbol se pone interesante también
se pone interesante la política. En este punto coincido con Borges,
también argentino, sobre este deporte: “El futbol es popular
porque la estupidez es popular”
Hasta aquí todo bien, solo es Maradona en la cuna de la cocaína.
Pero lo que me asombra es la reacción de la gente, en especial de
los admiradores que le llaman o se refieren a él como Dios. Si tu
Dios es ese, alguien que solía correr (ya no) detrás de una pelota
para meterla en un cuadro, ¡no pos wow! ¿Nada de agua en vino ni
multiplicación de peces? ¿No?
Pero lo que más me ha impactado de las reacciones de quienes lo
consideran Dios y héroe es la indignación con que han recibido la
noticia (no sabía que podían indignarse tanto y menos por una
persona que ha tenido todos los privilegios del mundo) de que al
personaje argentino no le permitieran la entrada a una de los
fraccionamientos más exclusivos de la ciudad.
Ojalá se indignaran así por lo que pasa a diario por ejemplo con
las mujeres, o por personas que valen la pena como activistas y
periodistas muertos, esos sí son héroes, sí, estoy diciendo que
Maradona vale su peso en materia fecal ¿y qué?, no ha inventado ni
inventará la cura del VIH o cáncer, no va a acabar con la hambruna
ni los problemas de contaminación, entonces a mí un obeso, engreído
y cocainómano que tuvo años de gloria (hace muchos años) en un
juego que tampoco aporta al arte o ciencia de la humanidad por mí
que se venga a vivir a la ciudad o se vaya, me da reverendamente
igual si vive o muere.
Que alguien corra detrás de una pelota es tan necesario para la
humanidad, como que haya concursos de quien puede comer más
hamburguesas, que un caracol aprenda a bailar tango o que un perro
sepa hacerse el muertito es exactamente la misma utilidad, aunque mueran de ataques cardiacos quienes defienden el amor por un Dios tan hueco como las pelotas que persiguen.
Comentarios
Publicar un comentario