Chocó tantas veces contra la puerta, como quien quiere entrar con
todas sus fuerzas pero no puede. Oía su cuerpo estrellarse en la
madera tan violentamente que cualquiera hubiera creído que era algo
del otro lado tratando de abrir la puerta y en eso, no estaba tan
equivocado.
Es la segunda vez en menos de una semana que una viene hasta mi
puerta. No sé a qué horas logró colarse sin que me diera cuenta.
Pero la descubrí por el ruido que hacían sus alas batiéndose
dentro del cubo de papel de arroz que pende sobre mi cama que
desvanece la luz directa del foco.
Me he acostumbrado, por así decirlo a la visitas de los bichos, me
dormí sin preocupación alguna, aunque antes de acostarme me
pregunté si pasaría la noche entera tratando de salir de la
pantalla de papel y eso me dejaría dormir.
La miré. Estaba quieta, de hecho me miraba, estaba quieta y sus ojos
apuntaban hacia donde mi cama estaba. Una libélula pasó la noche
conmigo o yo con ella, pero me vio durante el sueño, ese abandono de
que somos objeto en la total indefensión que el sueño nos provoca a
nosotros los animales oníricos.
Si esa libélula hubiera sido una persona, hubiera sido catalogada de
caprichosa y hasta un poco psicópata, pero es una libélula con
muchísimo más significado dentro del simbolismo en la historia de la humanidad.
Y yo sí, quiero pensar que la libélula ha pasado la noche conmigo
por esos antiguos significados que le dan desde tiempos inmemoriales,
que es época de cambio, de transformación, de madurez, de poder y
equilibrio. Que todo lo ilusorio será derrotado y el triunfo llegará
con el resto de lo cambiado, porque lo inevitable del crecimiento ha
sido desatado.
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