Tú no estás
leyendo esto y yo no le he escrito. Esta no es una frase. No lees
esto que escribo negando que escribo.
Es viernes, amaneció
lloviendo y tengo ganas de jugar o de quedarme en casa a leer, pero
aquí me tienen, escribiendo esto desde la tecnología prestada por
el lugar en que trabajo.
Quisiera acaso tener
la libertad de renunciar a venir o de elegir el día de hoy mi lugar
de trabajo, mirando desde una ventana cómo se escurren las gotas de
lluvias que se estallan contra el cristal, mientras bebo un café
tras otro y quizá piense en escribir algo o quizá prefiera quedarme
en silencio.
No sé, pienso mucho
en la contradicción, como tópico de talkshow hay días en que
pienso algo y le doy vueltas y saco mis propias conclusiones, quizá
a veces tengo congresos enteros dentro de mi cabeza, con panelistas a
favor y en contra y público que toma notas acerca de lo expuesto.
A veces, despierto
con un canción incrustada en la cabeza y la repito y la reproduzco
dentro y fuera de mi cabeza, dejo incluso que sean las canciones
chocantes que no escucharía en un día convencional, pero sucede y
dejo que suceda.
Ayer me desperté
con una idea sobre una obra de teatro que le enviaré a Eva en cuanto
tenga algo construido, por mientras, se quedará como un apunte en
uno de mis cuadernos. Arrancaré la hoja, la llevaré del trabajo a
mi casa y ahí la meteré en algún lugar con otras hojas arrancadas
con otras ideas de otros días.
Días como estos me
dan ganas de renunciar el capitalismo mismo, y luego pienso que
deberá haber una manera en que escapar de todo, rodeada de todo debe
ser difícil, o un acto de magia que ningún mago ha intentado.
Este, confesionario
de nada y es consecuencia del día nublado y a las ganas que me han
dado de todo lo que me pasa por la cabeza, como esos juegos en que
tienes que pescar a los peces magnéticos mientras giran para
escapar.
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