Dos veces. Dos. Dos
veces. Dos. No puedo dejar de pensar que todo tan culpable como
inocente de esto. Primero llegaron las negras, sí, como las
intenciones y después la bendita, porque la lluvia siempre es
bendición, aunque una tonelada de comida para quien sufre hambre
para comerse de una sola vez, es más tortura que bendición en ese
caso. Y algo así fue.
La libertad supuso,
impuso su precio, este sería el costo. El agua y las hormigas.
Lavarlo todo obligadamente, sacarlo todo al sol, es tiempo de limpia,
de hormigueros inesperados, de ruidos nuevos, de distancias
equiparables.
De alguna forma
volví al principio, justo cuando la escena interminable y repetitiva
había quedado en el pasado, una imagen viene a recordármela, a
despejar las sospechas, las intuiciones, las razones hipotéticas.
Las aguas son de
marzo, no de septiembre y yo quiero agua de beber mientras la
abundancia que tengo es turbia por razones distintas, entre sí, agua
sucia y agua limpia. Yo que creo que somos como dijo la Lispector
Agua viva, ahora estoy con mis aguas desatadas.
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