He
dormido poco, puede decirse que pasé la noche en vela, pero más que
en vela la pasé en lluvia. Pensando en agua, en torrentes de agua
chocando como en las películas cuando un barco se hunde y lo
inevitable sucede y solo es hora de aceptar.
La
lluvia me ayudó a dormir, me consuela, me arrulla, me ofrece la
sensación de que todo cuando es tormenta afuera ayuda a que la
tranquilidad reine, porque bajo la lluvia se esconden las ratas y los
criminales huyen de la lluvia.
Pensé
en agua, en muros llenos de agua, en la lluvia de toda la noche, en
tener que pasar la noche en casa de Heidi, milagrosa y amorosamente
me acogió ella y sus dos pequeñas de la mejor gana, pero digo tener
que pasar la noche porque tuve que pedirle el favor en estado de
emergencia.
Mi
casa de dos días de estrenada (es nueva para mí) le dio por
inundarse, le dio por llenarse de agua y no de cualquier agua, sino
de alcantarilla, alcantarilla imposibilitada ya que no ha podido
contenerse y ha compartido su dolor y olor con mi pequeño recinto.
No
he ido a casa, hasta la fecha no sé si está más, o, menos
inundada. Tenía pensado ir a mediodía a buscar más ropa, pero
resulta que el papá de un amigo se ha muerto justo hoy, entonces
será funeraria, una comida cualquiera y luego a la casa inundada de
aguas con heces de los nuevos vecinos.
Puede
decirse, que sin conocerlos, ahora les conozco lo que quizá se
esmeren por ocultar del resto. Lo que hacen a solas, en la intimidad
del baño y quizá acaso disfracen con música o cerillos u
aromatizantes.
Como
en las películas de desastres naturales, agua chocando con paredes,
llenándolo, mojándolo todo, dormí arrullada por la lluvia mientras
sabía que dentro de mi casa se llevaba acabo la inundación.
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