Estamos tan acostumbrados a la violencia que somos
como los peces que no se dan cuenta que están rodeados de agua.
Está tan normalizada e interiorizada que
puede verse en todos los ámbitos, en todas las relaciones, muchos de los
comportamientos y quizá, en muchas de las charlas sin que nos demos cuenta, por ejemplo, uno de los deportes que más millones de dólares genera consiste en
golpearse el uno al otro.
Hay violencia en muchos de los comportamientos hasta
hace poco llamados románticos (celos), hay violencia en lo que hasta hace poco
nos han hecho creer que eran halagos (piropos), hay violencia en el acoso
laboral y moral.
Pero ocurre algo, cada vez que la violencia es
señalada, la razón es: negada, ridiculizada, borrada, desviada, burlada y hasta
revirada. Porque a nadie le gusta enterarse que es violento en alguno de los
niveles y ámbitos de la vida y es justificado bajo pretextos racionales.
Un ejemplo claro, el otro día un conocido en mi muro
se atrevió a decir que mi denuncia sobre machismo, no se trataba de machismo
sino de desigualdad a lo que mi respuesta simplemente fue que antes de opinar
qué es y qué no es algo lea y se documente al respecto, porque descalificar
cualquiera lo hace, pero no, bajo un buen argumento que pueda ser sostenido.
Emitir una opinión cual, si fuese una verdad, es una
práctica posmoderna tan común, como la violencia de la que estamos rodeados o
de la violencia de la cual se alimenta esa opinión, pero las prácticas comunes
nunca se han distinguido por ser las mejores o superiores en calidad, sino, las
más fáciles y comunes, es decir las más económicas en cuanto a recursos
mentales.
El primer paso es admitir que la violencia es una
práctica común y dos es conocer, leer e informarse qué es violencia, porque el
primer paso del primer paso es saber qué para poder proceder cómo.
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