Tengo la fortuna de llamar amigos a personas maravillosas
que han llegado a mí en forma de compañeros de primaria, colegas de algún
concurso de literatura, vecinos, personas formidables, admirables, hermosas que
a la fecha siguen alimentando mi espíritu y amor.
Las personas con las que he elegido relacionarme y con las
que ha sido posible sostener durante años, en el caso más prolongado estamos hablamos
de unos 26 años de hermoso camino recorrido, entre risas, llanto, abrazos,
aventuras, tristezas, consuelos.
Estas personas tienen algo en común, que es, ganas de
crecer, aprender, solidaridad, empatía, amor para dar y recibir. Hablando de
puntos en comunes con estas personas que atesoro, una de las constantes es
hablar de crecimiento y aprendizaje de vida, es darnos ánimos, desearnos lo
mejor, decirnos lo mucho que nos queremos, ser cariñosos con nuestro ser:
escuchando, empatizando, abrazando, diciendo cosas lindas, y por utópico que
suene, ser así unos con otros nos ha llevado a ser más de lo mismo, más buenos,
comprensivos.
No voy a mentir y decir que no he tenido desacuerdos,
discusiones y cosas por el estilo, normales en
cualquier relación de confianza
y profundidad, pero parte de esa esa forma de navegar por la vida, nos ayuda a
reunirnos de nuevo cuando un bache se nos atraviesa.
A estas alturas de mi vida y de la amistad, la mayoría de
estas personas de las que les platico, se conocen entre sí, se llevan entre sí,
se quieren entre sí, independientemente de mí o de mi relación conmigo, y esa
creo, es la gran lección del amor y de ser amoroso, el amor crece, se expande,
se nota, se hace, se dice, se expresa y sobre todo se siente como algo cierto,
se siente como certeza, se siente presente, se siente en cada uno de los actos
amorosos.
No puede haber amistad sin amor y no puede haber amor sin
actos alentadores, empatía, ponerte en los zapatos del que amas porque el amor
funciona así, si no, no funciona
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