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Maldición salvadora

Decía la Lispector que escribir es una maldición que salva, mientras que el Pessoa decía que ser poeta no era su ambición, sino su manera de estar solo.

Una vez me encontré a una maestra de la licenciatura tiempo después de haberme graduado y me preguntó si seguía escribiendo, a lo que le respondí sin pensarlo: Si no escribo me muero.

Creo fielmente en el poder de la palabra, de la caligrafía, en la catársis que me provoca, en el espacio de libertad en que se convierte para mí.

La palabra como liberación, creo que todo lo que no se dice te mata por dentro, en el poder de la palabra incluso para herir, por eso cuando estoy enojada, muy enojada lo primero que hago es guardar el más grave de todos los silencios. Aprendí que se dicen muchas cosas de las que uno se arrepiente cuando la cabeza está caliente y no hay manera, forma alguna de reparar lo dicho.

También que una cosa dicha a tiempo puede evitar tantas cosas, que unas palabras bonitas pueden hacer sentir personas a las personas.

Hay tantas cosas que se pueden arreglar hablando, obviamente si dos se escuchan mutuamente, y se entienden, no para responder como si todo fuera una pregunta o una leígitima defensa en un juicio en tu contra, sino dialogar, exponer, exponerse.

Escribir y leer mueve mundos, abre puertas, construye puentes. Y yo, yo quiero, con todas mis fuerzas quiero construir mundos, ojalá (¡amalayón!) poder ayudar a alguien con simples y llanas palabras salidas de la boca o dedos, según sea el caso.

Total, que escribir es tal y como mis dos héroes literarios (Clarice Lispector y Fernando Pessoa) dijeron con hermosa precisión: Escribir salva, escribo porque es la mejor forma que encuentro para estar felizmente sola.




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