Una ley de Daniela es que, si hay niños que van a
viajar en el avión o en el autobús, ellos estarán cerca de mí, enfrente, atrás,
a un lado o al otro.
Confieso que por mucho tiempo permití que esto me
amargara el viaje, a la rutina inmóvil de ir sentada ahí, a la espera de la
llegada y los niños llorando, gritando o empujando. Sí, lo hice, me amargué
kilómetro tras kilómetro recorrido, lo confieso y lo acepto.
No sé si, a) maduré, si b) alcancé la paz espiritual,
si c) me volví feliz o d) todas las anteriores, pero el caso es que este fin de
semana que abordé un avión, ocurrió lo mismo, había dos niños ruidosos frente a
mí, pero el cambio radicó en que morí de risa y más risa me daba ver a mis
compañeros de asiento tensos, inquietos. En sus rostros se reflejaba todas las
ganas de gritar que se aguantaban, movimientos impacientes de piernas que se
acentuaba a medida que subían los decibeles de las expresiones infantiles del
tal Mateo.
Reía un poco de la amargura de mis desconocidos de
asiento, y otro tanto al descubrir la bipolaridad de los bebés, lloraba y se
lamentaba el tal Mateo y a los minutos reía como si no existiera otra emoción
que ser feliz y lo supe: eso es ser niño, eso son.
No se estacionan en una u otra emoción, se expresan
porque no les ha llegado la domesticación, el amaestramiento, eso que llamamos
“educación” y porque evidentemente ser niño es ser niño y explorar y
maravillarse hasta de las propias emociones de gente minúscula.
Imaginé que mis neuróticos tripulantes tenían también
hijos, pero era su impaciencia lo que me hacía saber que no lidiaban con sus
retoños de manera individual o por largas jornadas, porque de hacerlo,
comprendieran que esa hora que les pareció horrenda es el estado perpetuo de un
niño y que dura, lo que el niño dura despierto, a ojo de buen cubero, digamos,
¿12 horas? Sí, mismas horas que sus compañeras se fuman, navegan, se tragan el
carácter de los niños, y el resto de las cosas, trabajo, si trabaja, o comida,
tareas, limpieza.
Comprobé que ellos también eran padres, cuando
fisgoneé sus fondos de pantalla, (el viejo truco de voltear de reojo) donde
aparecía un niño o niña según el caso. Sí eran padres, (podían ser tíos) pero
de la misma forma no eran empáticos, una foto en el celular no los hacía buenos
padres o tíos, te hace buen padre/tío, pasar tiempo amoroso y paciente con los
niños, estoy hablando de más de una hora al día y que ver televisión juntos no
cuenta.
El Dany de unos 4 años y el Mateo de unos 2 años eran
cuidados por un papá que se portó paciente y atento con sus hijos y les pidió
muchas veces que no gritaran, sin alterarse, espero ver más cuadros como ese,
de manera más frecuente, tampoco lo voy a premiar como padre del año, (son sus
hijos) pero sí quiero reconocer, sobre todo no por el género, con su rol dado, que
lo hizo pacientemente.
Al final tuve ganas de decirle a los tipos de a lado,
“esos niños, están siendo niños” déjenlos ser, y al parecer son niños muy sanos
y felices, yo pido más sujetos felices, entre más sean las personas felices,
menos gente andará por la hermosa vida jodiendo o amargando la vida al resto,
dejemos que los nenes lo sean, porque es lo único que son: ¡Niños! Y esa gente
minúscula lo viven todo plenamente e intensamente, se llama emoción por vivir.
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